miércoles, 29 de diciembre de 2010

LA ESTACIÓN







La   estación. La que tiene echadas cuentas de los billetes de ida que se vendieron en su ventanilla y que actualmente desvencijada, aún se mantiene en pié como exigiendo al tiempo el saldo deudor en números de todos aquellos que no sacaron billete de vuelta. ¡Menudo saldo negativo!  ¿Cuántos se fueron y  no volvieron? 
Que yo recuerde esta tragedia para nuestro pueblo empezó cuando yo tenía muy corta edad. Su destino las grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, etc.
Primero se iba el cabeza de familia en solitario a modo de avanzadilla para a las pocas semanas la esposa y los hijos. ¿Cuantos amores quedaron huérfanos en nuestro pueblo? ¡Cuanto sufrimiento! Estos emigrantes fueron los que diezmaron el padrón.
Su marcha era en el correo de la noche. 
En la estación, llantos y abrazos que empezaban cuando la campana anunciaba la inminente llegada de la máquina resoplando y echando chorros de vapor por sus entrañas. Luego el flamear de pañuelos diciendo adiós. Diciendo adiós a su tierra. Diciendo adiós a su gente... Al final, el consabido ¡Que escribas cuando llegues!.
Estos fueron los pioneros demandados por la falta de mano de obra de ciudades como las que he descrito y que los ”almacenes” andaluces nutrían.
Más tarde se irían otros, aquellos que en oleadas marchaban a Europa. Estos últimos salvo excepciones si volvieron casi todos. Lo que se quedó para no volver fueron las divisas ganadas con su sudor y que gracias a su sacrificio nuestro pueblo,como otros muchos experimentaron un mayor nivel económico. 
Pues sí. Ahí está aún ese edificio de la estación descansando en la ribera de lo que se le ha dado en llamar Vía Verde.  Ahora reposa del ajetreo de aquellos tiempos aunque echará de menos a tanta gente que pululaba por su entorno cuando la estación estaba viva.  Ahora,  parece esperar agónicamente a dar la bienvenida  algún día a los que ya no volvieron.
Dentro de poco transformarán sus alrededores para ferial y mercadillo, y creo que a quién competa seria el momento de restaurarla en homenaje a todos los que marcharon ya que fue el último suelo torrecampeño que pisaron y el último techo que los cobijó antes de abandonar el pueblo.  Volviendo al tema, hace unos días al conectar mi aparato de televisión, por la dos de tve,   estaban dando un reportaje de la vía verde del aceite. No recuerdo haber visto en ninguna de las estaciones ningún instrumento o máquina que recordarse que por allí hace solo unos años existía una vía de ferrocarril.
Dejo mis ideas ahí, por si alguien las aprovecha en beneficio de nuestro pueblo, y sobre todo en memoria de aquellos emigrantes .Pero si mis ideas  no dan  para más, al menos que la piqueta no destruya la vieja estación, esa que nada más entrar a nuestro pueblo nos saluda y que siga muriendo lentamente como asimismo morirán o habrán muerto ya muchos de los que no sacaron billete de vuelta.
         Vaya como colofón, este poema que hace tiempo escribí:

         Cuando yo me muera, quiero vivir en mi pueblo, que muerto reviviré, lo que en mi vida fue sueño. Ya muerto no lloraré, porque estaré de nuevo en mi pueblo, que soñando con el siempre he vivido, aunque muerto en otro pueblo. Me llevaré la maleta que me hizo el carpintero, con remaches de metal, y barniz de ataúd nuevo, que fue lo que yo me llevé, el día que me fui del pueblo. Aún recuerdo la estación, en aquella noche fría de invierno, y el tren saliendo del túnel, como toro del chiquero. ¡Maldito! Mil veces maldito, aquél zaino de hierro, que se llevaba a la gente, que no podía vivir en mi pueblo. Niños llorando había, junto a mujeres de negro, borlas en gorros de quinto, y algún borrico viejo, como el que me bajó a la estación la maleta de madera que me hizo el carpintero. Todavía conservo esa maleta, con cicatrices del tiempo, que nunca quise ya abrir porque no había nada dentro, solo suspiros de un joven que ahora ya se ha hecho viejo. Por eso,... cuando yo me muera quiero vivir en mi pueblo. 

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