martes, 14 de mayo de 2013

CORTIJOS

         


Cortijada El Castill


Estado ruinoso del interior de un cortijo

                                                           La caseria  El Miedo


                                            El cortijo La Ventana
                                         

Los cortijos andaluces que el cine y la literatura nos retratan aparecen como viviendas ubicadas dentro de los confines de las extensas fincas de los terratenientes empleadas para explotaciones agrícolas o ganaderas, siendo estas últimas las dedicadas al toro de lidia. Nos los muestran siempre pintados de blanco, de ese blanco inmaculado que provoca la cal que resalta sobre los ocres de las molduras y cornisas de las sus amplias edificaciones, donde no puede faltar en ninguno de estos cortijos el patio empedrado adornado con plantas como jazmines o limoneros que parecen beber y alimentarse de la brisa del chorro de algún cantarín surtidor que sirve para refrescar el ambiente en verano. Yo he pisado cortijos como los que describo, pero no todos los cortijos en Andalucía son así.

La palabra cortijo para cualquiera, andaluz o no, estoy seguro sirve para dibujar en su mente algo parecido a los que acabo de describir, pero nadie de nuestro pueblo puede retratar imágenes así en toda nuestra extensa demarcación, dado que el cortijo no ha sido nunca en Torredelcampo la fortaleza donde se refugiaba el amo de las tierras rodeado de siervos, sino que su uso era el de dar cobijo a las gentes que la trabajaban y el de preservar las cosechas.

El término de nuestro pueblo está salpicado de cortijos. Hoy, todos, salvo alguna honrosa excepción están derruidos, y los muros de ellos que aún se sostienen entre las vigas y el escombro, se asemejan a los edificios que vemos heridos por las explosiones en cualquiera de las guerras que nos brindan día a día los telediarios. 
  
Recuerdo en otras épocas cuando los cortijos torrecampeños tenían vida, el ver en ellos a los “caseros de puertas abiertas”, frase esta que definía que el cortijo estaba habitado, siendo lo más habitual por un matrimonio que disfrutaba de alojamiento gratis además de beneficiarse del sustento que les proporcionaban los animales como, gallinas, conejos, y cerdos entre otros, y también el de tener el cabeza de familia el jornal casi a diario asegurado trabajando en las tierras del dueño de la hacienda.  

Las cortijadas eran núcleos de cortijos en las que en algunas de estas agrupaciones, en mi época disponían de escuela y hasta de una pequeña iglesia donde los domingos se oficiaba misa. Está en mis recuerdos, El Berrueco, donde el castillo medieval en ruinas se erige aún como lo que fue, en vigía y en atalaya, presumiendo que el paso de los siglos haya afectado más a los cortijos agonizantes que lo circundan. Mientras estos se desploman, en su derrumbe van devolviéndole al castillo las piedras que les fueron arrancadas para su construcción.

No quiero olvidarme de los cortijillos que eran pequeños habitáculos de planta baja de reducidas dimensiones cuya edificación consistía en cocina, pajar, y cuadra. Estos cortijillos servían para que el agricultor minifundista pernoctara mientras desarrollaba las labores agrícolas. La campiña llegó a estar pintorreada de estos cortijillos, la mayoría de ellos hoy desaparecidos que hubieron de construirse un día dado lo dilatado de nuestro término comarcal, factor este que agravaba el largo desplazamiento cuando el medio de ir al tajo era andando o al paso de una caballería. 

En algunos pueblos de nuestra provincia están rehabilitando muchos cortijos para uso y disfrute de las gentes que buscan paz y sosiego y gustan además de estar en contacto con la naturaleza.
Ojalá que en nuestro pueblo alguien se atreva a restaurar alguno para dedicarlo a este fin, pues a pesar de la que está cayendo yo le auguro un futuro prometedor.