domingo, 1 de diciembre de 2013

LOS SONOROS

        
     
Nos sentamos los dos frente a frente para poder taladrar así mucho mejor nuestros recuerdos. Llevaba sesenta y cinco años o más sin haber cruzado más de cuatro palabras con él; es decir toda mi vida, y ahora disfrutando del otoño en el que por la edad ambos estamos inmersos, nos encontrábamos en la cafetería del hotel de nuestro pueblo una tarde a la hora en la que la máquina del café dormía y el vino y la cerveza aún no se habían levantado de dormir la siesta.  Fue en esa hora muerta cuando al sol en el horizonte sólo le faltaba metro y medio para perderse por los confines del Caballico. Era tiempo otoñal, tiempo de simienzas olvidadas, de graneros vacíos, de celemines y cuartillas holgazanas que ahora descansan en los atrojes entre recuerdos y telarañas de un tiempo que se nos fue.  
A Francisco Armenteros, el músico, mi interlocutor, le recordé el barrio donde siendo pequeño yo lo tenía ubicado. No erré. Efectivamente él en su infancia jugaba en una calle distante y alejada de la mía, pero estoy seguro que habiendo vivido cerca de Quebradizas, muchas veces tendría que haber jugado con las bravas aguas del arroyuelo que bajaba por la inclinada calle como consecuencia de aquellos duros y largos temporales que obligaban a muchos a mear en la cuadra. Entonces, él jugaría en aquella reguera con algo que flotase a lo que le llamaría barco, y que se despeñaría al final de la calle por el precipicio existente en busca del arroyo al tiempo que la casilla del hombre del patín seria testigo de tantos e incontables naufragios.  
Quise hablar con Francisco para que me ampliase datos y recuerdos de su etapa en el conjunto musical: Los Sonoros, porque quería mostrarle la vieja estampa que guardo en mi memoria de verlos actuando subidos en el remolque de un tractor en la Puerta Martos. Sería en el sesenta y cinco cuando les escuché en el lugar ya reseñado aquella canción de Los Sirex: Si yo tuviera una escoba. Quiero soñar entre la bruma del tiempo y no equivocarme de que cuando  nacieron Los Sonoros sus componentes entre otros eran mi interlocutor Francisco Armenteros, su hermano José Antonio, también Antonio Pegalajar, y mi amigo de la infancia Manuel Rubio.
Quién de mi época en nuestro pueblo no recuerda a Los Sonoros interpretar canciones de Los Brincos, tales como Con un sorbito de champán, me dijistes adiós, y Mejor, entre otras muchas, también Los sonidos del silencio de Simon & Garfunkel, y cómo no, aquella de tan buenos recuerdos: Quiero una motocicleta de Los Bravos. Fueron Los Sonoros los que desplazaron de aquella feria de nuestros tiempos a la animadora y a la Orquesta Sahara; orquesta esta, que año tras año por su buen hacer nos deleitó con su música.
Me recuerda Francisco a otros que llegaron a formar también parte del grupo musical, entre los que se encontraban: Juan Real, Amador Pérez, Raimundo Moral, y también los desaparecidos: Manuel Alcántara, y Ortega, éste último el hijo del que fuera guardia civil.
El conjunto Los Sonoros nació al igual que lo hicieron otros en distintos pueblos y ciudades de nuestra querida España cuando la juventud de la que yo formaba parte nos dimos cuenta de que nuestro progenitores pertenecían a una generación arcaica de la que no queríamos formar parte, y nos aferramos a la música como la mejor caja de resonancia para cambiar todos los hábitos existentes. Esto supuso un cambio muy profundo en todo, casi radical, que se reflejaba hasta en nuestra manera de vestir. Fue todo aquello como una pequeña revolución que nos marcó a todos los jóvenes de aquella época, donde logramos por fin, entre otras muchas cosas que las máquinas de cortar el pelo en nuestro pueblo llegaran a oxidarse en las barberías para demostrar que las greñas el tupé y las patillas largas eran signos de modernismo.
Los Sonoros sirvieron como hilo transmisor de todo ese cambio profundo de tendencias en nuestro pueblo, siendo la televisión el instrumento receptor donde ellos se veían reflejados en programas como Escala en Hifi, tan de moda en la única cadena existente donde las canciones que interpretaban los cantantes y los grupos de aquellos tiempos en la pequeña pantalla rápidamente las escuchábamos con las voces y la música de ellos. Recuerdo con cariño a Los Sonoros grupo musical pionero en nuestro pueblo y  la voz tenue y melodiosa de mi amigo de la infancia, Manolo El Parejo; hoy se ha vuelto más ronca, curtida por los palos de la vida, y difiere de aquella tan acaramelada de cuando interpretaba a Adamo. Ahora le escucho mientras se ahonda con valentía en otros palos, los palos del flamenco con reconocido mérito. Su voz se ha vuelto más grave desgarrada y rota por el paso de los años, pero dotada con el timbre quejumbroso que la madurez y la experiencia le han otorgado. ¡Lástima que en aquellos tiempos no tuviese padrino!   
Sigo nutriéndome con la conversación de Francisco, Paco para los amigos, y yo quiero serlo a partir de hoy. Continuamos con nuestra charla mientras que ya avanzada la tarde sin oponernos a ello dejamos a que el sol en este tiempo de octubre al sumergirse en el horizonte entre rojas y encendidas llamaradas fuera pintando a las aceitunas poco a poco como acostumbra en esta época otoñal permutando su verde color por el de toda una gama de bermellones y granates.
Me recuerda Paco que Los Sonoros no sólo actuaban en nuestro pueblo, sino que iban a muchos otros de nuestra provincia, y se acuerda cuando en uno de ellos actuaron en un molino de aceite dentro de la troje disfrutando del olor penetrante del alpechín el cual empapó no sólo sus ropas sino todo su instrumental. También de cuando fueron a una pedanía, y que al llegar a ella se toparon con una procesión donde un reducido número de personas acompañaban a una imagen religiosa. Del grupo, dice que salió un señor muy enfadado y se dirigió a la furgoneta donde iban todos los del conjunto y les dijo: ¡A buenas horas llegáis! En la creencia de que el grupo musical tenia la obligación de acompañar con la música a la procesión.
Fue muy enriquecedor lo que aprendí de Paco en tan poco espacio de tiempo, y le emplazo si él quiere para de nuevo charlar y fortalecer con ello mi memoria con muchas de las vivencias de este músico profesional del clarinete de la Banda Municipal de Jaén, además de polifacético.
Cuando en la puerta del hotel nos despedimos estaba oscureciendo. Las luces de los coches en caravana en la amplia avenida me hicieron creer por momentos que se trataba de un arroyuelo de la M30 madrileña. El eco de las campanas de nuestro pueblo me sacó de mi corta duda.
De regreso a mi casa, estando en otoño, a esas horas en la época aquella que he recordado con Paco Armenteros, Torredelcampo se envolvía con una neblina de humos de lumbres con sabor a guisos. Cambiamos muchas cosas. Otras no deberíamos haberlo hecho.   


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