viernes, 31 de diciembre de 2010

COMIDAS TORRECAMPEÑAS

                                                  

En cierta ocasión fui invitado a una comida. Mi anfitrión quería sorprenderme y vaya que lo consiguió. Me llevó a un conocido y lujoso restaurante madrileño de esos que están de moda y que dicen suelen visitar muy a menudo toda la gente de la farándula acostumbrada a salir en los medios.
En la puerta del restaurante un portero uniformado nos abrió la puerta del automóvil. De inmediato el aparcacoches se llevó el coche mientras que nosotros éramos recibidos por otro empleado que nos condujo hasta la mesa que previamente había sido reservada. El comedor era muy espacioso y a esa hora estaba lleno de comensales. Sólo se oía el hilo musical muy tenue y el ruido de los cubiertos. La gente si hablaba lo hacía en silencio. Nada más ver la mesa me dije, -ya has comido Antero-. Un centro de rosas frescas la adornaba además de todo un nutrido grupo de cubiertos caros  daban guardia a izquierda y a derecha a cada uno de los platos. Las servilletas y manteles eran de una esponjosidad extraordinaria.

Pasé la invitación de elegir tanto el vino como la comida. La carta contenía una lista de comidas raras que yo no entendía ni cualquiera que no estuviera muy ducho en el terreno gastronómico.

Para beber un rioja de una conocida y afamada bodega de una añada excelente que el camarero dio a probar a mi anfitrión antes de servir. Éste cogiendo la copa por su base agitó el vino cual si fuese La Tormenta Perfecta, y de inmediato metió su nariz dentro llenando sus pulmones con sus efluvios. Repitió la operación otra vez. Luego, bebió un sorbo, miró al techo y terminó con un: <<Puede valer>>. Fueron sus palabras como una orden para que el camarero llenara las copas.  Me sorprendió enormemente su conocimiento en vinos, pues parecía que hubiese hecho un curso de someliers cosa que no llegué a preguntarle por discreción aunque observo que es muy corriente ver que una mayoría de la gente presume de ser grandes entendidos en vinos y catas.

No cabe duda que el vino era bueno, y que naturalmente fue lo mejor ya que mi augurios sobre la comida fueron acertados. Como primer plato una ensalada con hierbas y verduras rarísimas, y de segundo un pescado con arroz a no sé qué estilo, muy bien presentado el plato, eso sí, con una mezcla de colores en las viandas que más parecía estar viendo una prenda de Agatha  Ruiz de la Prada, y no exagero, todo en cantidad como si  estuviésemos a dieta.

Viene todo esto a cuento porque muchas veces no todo lo caro es lo mejor, ni todo lo barato es malo. Pero ése día yo hubiese preferido cualquier comida de esas de nuestro pueblo que las tenemos muy ricas, por lo que después de lo acontecido quise rendir un homenaje a algunas de ellas recordándolas:

Empiezo por nuestro original y rico carnerete. El choto condimentado a nuestra manera es un plato de postín. Las papas en caldo con unas almejillas y alguna cosa más están de muerte. Igualmente las papas al pelotón generosas siempre en aceite con unos huevos estrellaos, están para mojar. El encebollao de bacalao, típico por Semana Santa, riquísimo. La ensaladilla a nuestro estilo torrecampeño, con su ajo “machacao”, tomate, atún, y un sinfín de cosas más entre ellas  naranja, y si el día de antes han sobrado habichuelas pues se las añades también y ya verás, y no quiero olvidarme del aceite, todo ello mezclado y bien “tranado”. ¡
Nuestras migas, y nuestro potajes, esos que cuando falta se machaca un poco echándole un poco cebolla picada y aceite, y ¡a mojar! A propósito que ricos eran los potajes en puchero de barro y en la lumbre. En tiempo de habas, las habas fritas con “pardilla”.  El guisao de pies, el que se pegan los dedos cuando lo estás comiendo. No quiero olvidarme de nuestras gachas dulces que en nada se parecen a las manchegas, y un sinfín de comidas todas muy nuestras y muy sabrosas.
Como comidas viejas en desuso: La ensalá de boquerones. La de lechuga que se tomaba de postre consistía en lechuga, vinagre, sal, un poco de aceite y agua hasta que rebosara la fuente o recipiente donde todos metíamos la cuchara en una especie de carrera de carga y descarga.
No sé cómo llamamos a la tradicional sartén con cordero o borrego, ésa que preparamos en la Fiesta Santa Ana. Si no tiene nombre que se lo pongan los entendidos antes de que nos lo copien; la caldereta extremeña es muy parecida pero nosotros solemos ser más espléndidos con el aceite y con el condimento.

Pero nuestra comida más típica y nuestro plato principal por excelencia es el Panaseite, así como suena PANASEITE con mayúsculas. Dicen los catalanes que es de ellos el pan con tomate. Lo dudo y mucho, pero en fin que les aproveche; pero vamos, que el pan “tostao” con su ajo y su aceite, y con un tomate “restregao” ¿No es torrecampeño? Que se lo pregunten a los más viejos del pueblo a ver cuando vinieron los catalanes a enseñárnoslo.  Pero en fin, ellos que se coman el suyo que nosotros nos comeremos el nuestro, y mientras tanto espero que no nos quiten el Panaseite que sí que es torrecampeño. Dicho como lo decimos Panaseite, y comido a nuestra manera: hoyo en el pan tan grande como el desagüe de un lavabo empapado con aceite de nuestro pueblo y con navaja en ristre si puede ser.

 Mientras esto escribo me dice mi mujer qué es lo que quiero para cenar. No lo pienso, rápido contesto: Panaseite, un rabanillo, unas aceitunas de cornisuelo y una raspilla de bacalao. Y para beber vino del país. A propósito cuando vaya al pueblo me tengo que traer que ya me va quedando poco. 
¡Ustedes gustan!      

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