domingo, 2 de enero de 2011

LA HUERTA EN OTOÑO

En recuerdo de La Huerta Los Toros, y de mi abuelo en especial.

Tarde otoñal, plomiza y ventosa. Desde las eras ya yermas, se elevan hacia el cielo remolinos de paja y polvo. Cientos de golondrinas se mecen al compás del viento sobre los cables curvos del tendido eléctrico mientras se aprestan a emigrar a otras latitudes. Hileras de hormigas serpentean en los caminos desfilando en procesión en un último intento de aprovisionamiento. Los vilanos son arrastrados y elevados por el tórrido aire una y otra vez acompañado por sus semillas que fecundarán lejos del lecho algodonal de los cardos que las han parido.  Los olivos agitan sus ramas en un gesto de despereza mientas se desprenden de la película blanquecina que tenían adherida. Una sequía prolongada durante meses ha pintado el campo de amarillo. El polvo no deja ver el horizonte.
La huerta está dando ya las últimas boqueadas. Ya no se escuchan las voces y gritos de los chiquillos mientras se zambullen en la alberca. Ahora sus voces se han trasladado a los patios de los colegios, y ya no volverán hasta el verano siguiente, más concretamente para cuando la huerta dé los primeros pepinos. El chorrillo de agua que continuamente cae en la poza produce ahora un sonido más triste si cabe que en las frescas mañanas veraniegas; sobre su superficie navegan hojas secas y mustias, y es que los árboles frutales empiezan a desnudarse. El melocotonero es una explosión de color; sus hojas verdes oscuras se tornan rojas antes de pasar al amarillo de su muerte. Los girasoles fueron ya hace tiempo decapitados y de sus troncos enervados emergen algunos brotes con flores amarillas, pero anárquicas y desobedientes al astro rey. La higuera también ha dejado de dar sombra mostrando ya el gris en algunas de sus ramas más altas, asimismo sobre el ruedo de su copa se baten en retirada por el viento un colchón de hojas secas produciendo un sonido extraño. Las hortalizas dejaron ya de dar sus frutos y aunque sus tallos sostienen algunos como los pimientos y tomates, estos son ya deformes o diminutos.
Empieza a llover. Al principio gruesas gotas golpean el suelo originando un sonido ronco en la tierra sedienta, aumentando sus acordes cuando rebotan sobre algunas de las pocas hojas que se resisten a morir en la higuera ya descrita. Luego, el olor a tierra mojada tan característico inunda el campo. Es un olor envolvente y agradable que a cualquiera le retrotrae evocando con ello tiempos pasados.
Sigue y sigue lloviendo conforme avanza la tarde. La lluvia que al principio caía con fuerza ahora lo hace con dulzura. Una neblina envuelve el difuminado horizonte, mientras se mecen por lo valles cortinas de lluvia regando los campos ansiosos.
Anochece y la huerta se llena de sombras mientras continua lloviendo.  El granado columpia al compás de viento algunos de sus frutos abiertos, mientras que la higuera ahora más desnuda deja ver algunos higos secos colgantes cual si fuesen murciélagos aletargados. Ha refrescado y no hay nada mejor que la lumbre para calentarse por fuera, que por dentro ya se encargará el vino del “país”, y esta noche habrá que apurar más de un vaso para celebrarlo. Utilizando un dicho popular: la noche se ha cerrado en agua.  
No hay mejor música en Torredelcampo que el fandango y la que producen las canales, y esta última si es oída en silencio, en el dulce silencio de la noche mientras se duerme. Mañana será día de migas. Días como estos también al calor de la lumbre se acostumbraba a hacer “ pleita” , “jareta” y “tomisa” . Aún quedan muchos que saben de este arte y que con mucho gusto se prestarían a enseñarlo a los de otra generación antes de que nos dejen.
 Sigue lloviendo. Ya lo dijo el hombre del tiempo que se aproximaba una borrasca, que traería vientos con aire, y lluvias con agua.

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