viernes, 7 de enero de 2011

YO HABLO TORRECAMPEÑO


        
A pesar de los años transcurridos viviendo fuera de mi tierra, siempre que he podido me he escapado a mi pueblo porque no he querido perder el contacto con sus gentes que son las mías, sus costumbres que son las mías, y su acento que es de todos, y no sólo el tono o caída sonora  alargada en el pronunciamiento al terminar muchas frases, es también su seseo, ése que nos hace tan característicos  y nos sirve de bandera para identificarnos en cualquier lugar. Tenemos además un léxico rico en palabras añejas legado de nuestros antepasados que tristemente están desapareciendo por el poco uso que se les da en la creencia que aquellos que lo utilizan son unos incultos. 

Este modo de hablar es nuestro, y lo debemos utilizar ahí en Torredelcampo. Por eso cuando me entero de que ha salido gente en su defensa –muy pocos hasta ahora- me uno a ellos desde aquí desde este mi Madrid, mi atalaya, desde donde siempre he querido contemplar a mi pueblo como cuando me fui, en su lengua y en sus usos, aunque he de confesar que  después de cincuenta y dos años viviendo fuera sin querer pretenderlo he llegado a contaminar algo mi acento y también mi hablar cosa que lamento. 

Hace tiempo escribí el relato que narro a continuación en defensa de nuestro vocabulario, y hoy, pasado un largo periodo vuelvo a recordarlo en  favor otra vez más de nuestro léxico torrecampeño tan denostado. 

CON EL PERMISO DE JOSÉ ALCÁNTARA BLANCA. 

Hace más de sesenta años, un día cualquiera, en una casa cualquiera de un pueblo llamado Torredelcampo. 

Una vecina que no puede disimular el sofoquín que le invade entra en la casa de Juana.

        -¡Mira maría! ¿Qué le ha pasao al Bartolillo?

        -Pasa, que aquí tienes al sorche. Ahora depué cuando se le pase el tabardillo le voy a dar yo la japuana que se merese -respondió Juana, la madre del niño.

        El chiquillo no paraba de llorar.

        -¡Vaya chinfarrá que sa hecho, y también tiene un chimbombo! –dijo la vecina, para agregar -¡Cállate hombre, que mira que berrinche tienes! pero, ¿cómo te las apañao?

        Gimoteando, el niño como pudo balbuceó.

        -Na... que taba yo en la faraera del puente de la carretera, y etando ya embalao se atrancó la sapatilla.  Entonses roé, pegué un guacharraso en el suelo y al caer me dí en la cabesa con un patuco y me he aporreao, y además me ha salio un burujón.

        -Pues el guacharraso ha tenio que ser muy gordo, pues menuda calabraura te has hecho. Eso no es un calamón cualquiera. 

        -¿Te duele? –le preguntó la madre.

        -Sí. Me dan muchos busonasos.

        Entra en escena otra vecina que como la anterior parece muy apurada.

        ¡Juana, desde lejos yo vide lo que pasó! Yo fui la primera en llegar y casi me aflato porque me dimuté al ver tanta sangre. Era como la degollaura de un borrego. Entonses apresié que tenía un lobino y una porraura. Según disen los que taban allí, es que el chiquillo abosinó, y al abosinar, pegó el cotalaso. Al pareser es que otavia no le ha pillao el berimbol a ese juego de la faraera. ¡Ay, todavía me dura el recotín!

        ¡Mira que foche y que satrón etá mi hijo con la venda que le he pueto! ¡Ponte tieso que ta hecho un corcuño, cojollos!  -dijo ahora la madre al tiempo que se dirigió a sus dos vecinas – Voy a entornar la puerta, que pronto vendrán la gente a golillear y no quiero que mi casa pareca un lavaero.

        -A esos malchimes lo que tienes que haser cuando vengan es empampanarlos atós a plan parejo. 

Este que escribe no quiso entrar en ese lote y entonces aproveché para ahuecar el ala. ¡Menudo carácter el de la vecina que dijo esto último y que para más señas era además bitroca!  

Un renacimiento de las pequeñas culturas locales devolverá a la humanidad esa rica multiplicidad de comportamiento y expresiones, que es algo que suele olvidarse, o más bien, que se evita recordar por las graves connotaciones morales que tiene.

Mario Vargas Llosa .

Cita que aparece en libro de José Alcántara: El habla torrecampeña. 

Hay regiones en España que se castiga por no usar la terminología que les legó sus antepasados – ejemplo de ello en toda la región catalana-  No estoy de acuerdo, como tampoco que expresiones tan nuestras utilizadas por nuestros padres y nuestros abuelos, tales como las que he narrado no se practiquen porque para muchos esto sea en nuestro pueblo  sinónimo de incultura. 

Aprovecho para deciros que todas estas palabras tan nuestras, están recopiladas en el libro de José Alcántara: El habla torrecampeña, que ha enriquecido en su tercera edición.                                 

 


 

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